Educadora Social, Guía Montessori
Etimología y significado de la palabra emoción
La palabra emoción proviene del latín emotio, emotionis, nombre que se deriva del verbo emovere. Este verbo se forma sobre movere (mover, trasladar, impresionar) con el prefijo e-/ex- (de, desde) y significa retirar, desalojar de un sitio, hacer mover.
La RAE (Real Academia Española de la lengua) define emoción como: alteración del ánimo intensa y pasajera, que va acompañada de cierta conmoción somática.
Teniendo en cuenta tanto la etimología como la primera acepción de la RAE, podríamos entender una emoción como un cambio en nuestro estado de ánimo, un medio para expresar una necesidad y vamos a necesitar manifestarlo y, por qué no decirlo: vivirlo.
Las emociones nos hacen saber que estamos vivas, que nuestro cuerpo, alma y corazón, sienten todo aquello que percibimos en forma de alegría, de pena, de rabia o de llanto.
Ya cuando venimos al mundo, lo primero que hacen con nosotros es observar el llanto. Si algún bebé no llora de forma espontánea, a veces se provoca que lo haga, y una vez se escucha ese llanto fuerte, damos la bienvenida al mundo a un nuevo ser.
Los bebés y la expresión de las necesidades primarias: el llanto como respuesta emocional
Si algo une a todas las personas en el mundo, son las necesidades primarias, que son todas aquellas que necesitan estar cubiertas porque las necesitamos para vivir: respirar, beber, comer, dormir y protegernos del frío y del calor. Junto a estas necesidades, tenemos muchas otras que son básicas en la vida y también muy necesarias: el afecto, el apoyo, el acompañamiento, el cariño y la presencia, entre muchas otras.
Detrás de cada forma de expresión de una emoción, existe una necesidad
Los bebés utilizan el llanto como medio de expresión principal. Cuando les escuchamos llorar, ya sabemos que necesitan algo y es el medio que utilizan: tienen hambre, tienen frío, están incómodos porque quizá necesitan que les cambiemos el pañal. A partir de esa expresión, como adultos, actuamos en consecuencia. Observamos perfectamente que cuando esa necesidad está cubierta dejan de llorar. Y cuando esto no pasa, que a pesar de haberles dado de comer, el llanto continúa, seguimos tratando de averiguar qué les ocurre, tratando de estar calmadas y acompañándoles.
La invalidación dentro del patrón de crianza tradicional
Dentro de la crianza tradicional hemos escuchado a lo largo de muchos años, que a un bebé hay que dejarle llorar porque tiene que aprender a autorregularse, que no se le puede tener en brazos tanto tiempo que se acostumbra. En definitiva: nos han hecho ver que había que dejarles prácticamente solos ante el llanto porque era la forma que tenían de madurar y de ir poco a poco, aprendiendo y adquiriendo autocontrol.
Si en los últimos estudios, ha quedado demostrado que nuestro cerebro no termina de desarrollarse completamente hasta que no tenemos entre 25 y 30 años, quizá nos sirva de base para comprender al niño y tratar de eliminar algunos comportamientos adultos. Y el primero es: nunca dejar a un bebé (ni a nadie) llorando solo. Como adultos de referencia y figuras de apego que somos, el llanto debemos acompañarlo. Los bebés no tienen capacidad de autocontrol, no saben regularse solos ni pueden, por lo que es necesario acompañarles.
El llanto en la infancia
A medida que van creciendo, los niños van empleando otras maneras de expresar lo que sienten: pueden gritar, romper algo, saltar, chillar, incluso pegar. Tenemos que saber que detrás de cada forma de expresión de una emoción, existe una necesidad. Y también continúan haciéndolo a través del llanto.
Cuando escuchamos a un niño llorar, solemos decir: no llores, no pasa nada, incluso ¿otra vez estás llorando? . Otras veces: como no dejes de llorar, no te voy a querer ¿no ves que te pones fea?
La respuesta “no llores”, proporciona la misma ayuda que cuando le decimos a alguien que estamos nerviosas y nos dice: tranquila. Ninguna.
Siguiendo la etimología de emoción, tenemos que sacarla fuera, moverla, expresarla. Estamos preparados para expresarlas, ya sea la alegría, la pena, el miedo o la rabia. Sabemos qué necesitamos cuando transitamos estas emociones, pero quizá no sabemos acompañarlas de forma correcta.
Empatía y compasión
Cuando vemos a una niña que llora, claro que desearíamos que no llorase, y ella seguramente tampoco. Pero una vez está fuera el llanto, tenemos que validarlo y acompañarlo.
Cuando los niños van desarrollando el lenguaje, es probable que traten de buscar las palabras para expresarnos qué les ocurre. Si respondemos con: “eso es una tontería”, “por eso no se llora”, “si lloras que sea por algo importante”, etc. no estamos validando ni su emoción ni su sentir.
Y es que no podemos olvidar que los problemas de los niños, son eso, problemas de niños: quiero algo que no puedo tener, se me ha perdido algo, me tengo que ir de casa de la abuela pero no quiero, tengo sueño, etc.
Cuando no disponen aún del lenguaje, seremos nosotras quienes podemos ir nombrando opciones y cuando lleguemos a la que es, seguro asentirán, y ahí podemos validar: “entiendo que te sientas así”, “yo también me habría enfadado, me habría puesto triste”; ofrecer nuestra presencia, preguntar si se encontrarían mejor si les diésemos un abrazo, o indicándoles que estamos ahí, con ellos.
Ante los desbordes emocionales en la infancia, lo mejor que podemos hacer por ellos es la comprensión
La empatía nos sirve para ponernos en el lugar del niño, poder comprender cómo se está sintiendo, qué tal lo sentíamos nosotros de pequeños.
La compasión es la que verdaderamente nos va a impulsar a actuar, a no dejarles llorar, a buscar la forma de que se sientan reconfortados. Es la que nos va a prohibir dejarles ahí, transitando esa emoción sin más compañía que la de ellos mismos.
¿Emociones positivas y negativas?
Está bastante extendida la existencia de emociones positivas y negativas. Sin entrar a comentar ninguna, es probable que ya estemos elaborando dos listas, pero déjame decirte que no, que no existen emociones buenas o malas.
Hay emociones que nos son más incómodas. Sabremos identificarlas porque son todas aquellas que cuando las sentimos, nos duelen o nos molestan. Queremos que se disipen, que se vayan pronto: la rabia, el enfado, la decepción, etc.
En cambio cuando sentimos alegría, ésta, no nos agobia. Nos gusta sentirla. El camino de la vida y las circunstancias nos hará transitar por el abanico de emociones. Lo negativo es sentir y no soltar, quedárselo dentro y que te abrume.
Las emociones corresponden a momentos, es la forma de exteriorizar cómo nos encontramos, si nos ha ocurrido algo, o si necesitamos algo.
Validación emocional, acompañamiento y presencia
Ante los desbordes emocionales en la infancia, lo mejor que podemos hacer por ellos es la comprensión, averiguar qué hay tras ella, si necesitan algo, si alguna necesidad no está cubierta y, por supuesto, acompañarles.
Si cada vez que sientan una emoción distinta a la alegría, les dejamos solos porque queremos que paren, asociarán que no estar alegre es malo, que ellos son malos por sentir eso y merecen quedarse solos.
La validación emocional nos lleva a la conexión, a hacerles sentir que pertenecen, que les queremos independientemente de qué sientan en según que momento y, que somos su puerto seguro, donde siempre pueden estar y a donde siempre pueden volver.
Que gran artículo. Expresa perfectamente como hemos de ayudar a gestionar las emociones desde el acompañamiento y la comprensión sin negativizar ninguna. Enhorabuena por estas líneas tan claras y sabías.