Educadora Social, Guía Montessori
El impacto emocional del uso de etiquetas con nuestros hijos
Como personas adultas, si echamos la vista atrás hasta nuestra infancia ¿alguno os sentís identificados con alguna de estas etiquetas?: ¡eres muy torpe!, ¡eres una vaga!, ¡estás hecho un llorón!, ¡eres malísima!
O puede que con algunas de estas otras: ¡qué listo eres!, ¡eres la mejor!, ¡eres muy aplicado! o ¡eres muy buena!
Podría afirmar que, aparte del recuerdo, también nos ha venido la emoción de ese momento. Y también podría afirmar que todas las personas las hemos utilizado alguna vez.
Etiquetas “positivas” y “negativas”
La infancia está sometida a un constante juicio en referencia a su comportamiento, es decir, a los niños se les juzga o enjuicia por todo aquello que hacen en cada momento. El resultado de este juicio es etiquetarles existiendo dos tipos de etiquetas: positivas y negativas. El resultado del estudio del impacto, ha demostrado que es igual de perjudicial tanto el uso de las primeras como de las segundas. ¿Por qué?, os podréis estar preguntando.
Cuando repetimos o abusamos de una etiqueta los niños y las niñas se lo creen y lo integran de tal forma que lo convierten en realidad.
Cuando no logran hacer una tarea, bien sea hacer un ejercicio de matemáticas o hacer la cama a la primera, reciben la etiqueta de “torpes”. Si, por el contrario, logran todo lo anterior a la primera pasan a ser “listas”. Pero si en su proceso de aprendizaje y desarrollo vuelven a no lograrlo a la primera recuperarán la etiqueta de “torpes”.
¿En qué momento pasan de ser listas a ser torpes o viceversa? cuando cambian su conducta o el resultado de la misma varía, o cuando nosotros como adultos hayamos minado su autoestima de tal forma que desistan de hacer algo.
En psicología, a este hecho se le llama efecto Pigmalión: “potencial influencia que ejerce la creencia de una persona en el rendimiento de otra”. Es decir, cuando repetimos o abusamos de una etiqueta los niños y las niñas se lo creen y lo integran de tal forma que lo convierten en realidad. Si constantemente repetimos que son torpes, es probable que cesen de hacer según qué cosas porque como ya les hemos hecho ver y saber que no son capaces ¿para qué intentarlo?
¿Qué tiene de malo que nos digan que somos los mejores?
Exactamente lo mismo que el hecho de que nos digan que somos las peores, porque estamos catalogando el resultado de algo.
A veces ocurre que a un niño de 2 años se le dice que es el mejor frente al resultado de un dibujo que contiene 2 rayas. Todos coincidimos en que queremos hacer sentirles de la mejor manera posible, que vean que estamos orgullosos de ellos. Pero si utilizamos estas etiquetas de tipo positivo, estamos haciendo que sientan la necesidad de buscar a su vez aprobación externa.
Si ese mismo dibujo, es mostrado a otra persona y ésta responde que no le gusta, que son solo dos rayas, es casi seguro que vuelva a nosotros a que le digamos que no, que es el mejor. Esto está muy relacionado con nuestra intención de halagar. Queremos animarlos a que hagan según qué cosas, y el refuerzo que casi siempre utilizamos es la etiqueta positiva.
Estamos generando o depositando en ellas unas expectativas que son nuestras. Constantemente estamos esperando un resultado en su conducta, en su forma de actuar (a veces poco o nada acorde a su etapa de desarrollo), para después ponerle nombre.
Identidad y desarrollo de la personalidad
El uso de las etiquetas pesa mucho en los niños. Fomenta problemas en el desarrollo de su propia identidad e incluso, se va perpetuando en ellos un sentimiento de inferioridad. Hay que tener en cuenta que a veces se tiende a etiquetar incluso algún defecto físico pues ¿quién no recuerda la famosa frase o etiqueta “cuatro ojos”?
Constantemente estamos esperando un resultado en su conducta, en su forma de actuar (a veces poco o nada acorde a su etapa de desarrollo), para después ponerle nombre.
En definitiva, podríamos decir que dejar caer una etiqueta, sea del tipo que sea, sobre los niños y las niñas, es faltarles al respeto. Desde la visión de personas adultas ¿qué sentiríamos si tuviésemos un mal día en el trabajo y nuestro jefe nos dijera que somos unos torpes? Y es que, en la acción u omisión de una conducta o un comportamiento intervienen cantidad de variables. Y una de las máximas es la respuesta que nosotras damos frente a ella. No queremos ni pretendemos que se sientan etiquetadas, no queremos hacerles sentir mal. Queremos enseñarles, mostrarles cómo se hacen las cosas, pero en este proceso a veces perdemos la paciencia y la calma, ambas muy necesarias tanto en crianza como en educación. Porque, recordemos, las etiquetas no solo tienen lugar en el ambiente familiar sino también en el educativo, e incluso en las relaciones de igual a igual.
A veces las niñas vienen del colegio llorando diciendo que les ha salido mal esto o aquello, y su maestro les ha dicho que son torpes, que no saben hacer las cosas, que son malos o que son desobedientes. Incluso en el parque, podemos ver rabietas y enfados: “no sabes jugar eres mala”, “tú no cuatro ojos”, “tú eres feo y contigo no jugamos”.
Démosles la oportunidad de mejorar una conducta, cambiarla o integrarla, erradicando poco a poco las etiquetas
Los niños y las niñas necesitan límites, acompañamiento y aliento. Antes de utilizar una etiqueta pensemos qué es lo que queremos decirles, qué es lo que queremos transmitirles y cómo estamos nosotros los adultos en ese momento. Desde muy pequeños, los niños necesitan contribución. Los acompaña un impulso interno que es el que les guía a hacer las cosas, a querer colaborar, ayudar y sentirse vistos. En ocasiones y frente a la desesperación, tendemos a no dejarles ser ni hacer, porque en nuestra práctica como personas adultas entra la experiencia y ese “hacerlo mejor y más rápido”. Tienen que tener la oportunidad, aunque comencemos a pequeña escala, permitiendo que vayan haciendo y trabajando acorde a su edad. Es probable y seguro que no le salga a la primera. Si optamos por la etiqueta, recordemos que vamos a influir negativamente en su desarrollo, en su autoestima, en su personalidad y en su sentimiento de pertenencia. Pero si optamos por la comprensión, por no centrarnos tanto en la conducta sino enfocarnos en soluciones, en repetir el proceso y enseñarles de nuevo, en investigar qué les ocurre, en hacerles más preguntas de curiosidad, en utilizar frases en positivo, podremos ir desterrando poco a poco las etiquetas.
Las etiquetas no solo tienen lugar en el ambiente familiar sino también en el educativo.
Debemos aceptar que las estamos utilizando, que están ahí, que muchas veces nos ha resultado lo más sencillo, y que son fruto de un proceso automático. Y nosotros, al igual que el proceso de las etiquetas, también solemos estar en automático. Eso es lo que nos hace reaccionar de esta manera que, desgraciadamente, provoca estas consecuencias en ellas.
Las etiquetas y las comparaciones
Las etiquetas están muy ligadas a las comparaciones: ¡tu hermano dibuja mejor que tú! ¡tu amiga es más lista!
Cada niño es único, irrepetible y diferente. Es por ello que tendrán un ritmo de desarrollo diferente, unas capacidades y habilidades diferentes en momentos distintos. Tenemos que tomar consciencia de este tema, ya que a menudo se compara hasta cuál dejó primero el pañal, y, de nuevo, nos estamos olvidando de que no todos los niños están preparados para lo mismo en el mismo momento.